Hace algún tiempo un buen amigo me dijo, y ¿por qué no escribes algo sobre tu trabajo?, pero no algo en plan técnico y jurídico, sino algo que te salga de dentro.
Algo que te divierta.
Una anécdota.
Un enfado.
En definitiva, algo que muestre el día a día de un abogado, de un despacho de abogados, de sus relaciones con los Juzgados y Tribunales, con los clientes y con otros profesionales.
Me pareció una buena idea, y le propuse realizar un escrito a la semana.
Sin tamaño mínimo, sin materia prefijada.
Y desde luego sin ningún ánimo de trascender y la única voluntad de hacer algo diferente.
Y DICHO Y HECHO.
Aquí estoy dos meses después de esa conversación sufriendo el denominado síndrome del folio en blanco. Completamente en blanco.
Y eso es precisamente lo curioso.
Tras algo más de 20 años de intenso ejercicio ante los Tribunales, pensaba que las anécdotas y las historias saldrían solas, y que, prácticamente en un rato, en un momento, tendría ya las anécdotas para, al menos, los dos próximos meses.
Nada más lejos de la realidad.
Tras mucho divagar, he estado ojeando artículos varios de fechas cercanas y me ha llamado la atención la innumerable cantidad de artículos relativos a la desconexión veraniega de los abogados.
Los referidos artículos hablan de la necesidad de conciliación del abogado durante el mes de agosto, de la necesidad de desconexión, digital y personal, de la necesaria distancias con los clientes, los compañeros, los jefes y los asuntos.
Pero lo cierto es que, en mi humilde opinión, no cabe aplicar normas generales o consejos generales a situaciones particulares e individuales.
En el primer Despacho para el que trabajé, me preguntaron, en mi última entrevista de trabajo, qué era para mi el Derecho, y yo les di una respuesta prácticamente de manual, pero en conciencia interiorizada y respondí que;
“lo consideraba la herramienta perfecta para resolver los conflictos entre las personas”.
Frase que, más allá de sonar preparada, define perfectamente lo que pienso y siento por mi profesión.
Motivación que, llevada al mes de agosto, no me hace sino llegar a la conclusión de que:
Los conflictos no conocen de fechas en el calendario, los problemas no cierran por vacaciones y nadie está libre de tener problemas graves durante el período de vacaciones de su abogado, quien..
Puede ignorar los problemas de su cliente.
O confiar en que alguien en su Despacho se ocupará.
O rezar porque el problema pasará.
O tal vez ocuparse de la situación a costa de su descanso.
Pues bien.
Creo que ninguna respuesta es la correcta.
No podemos dar soluciones generales a problemas particulares.
Y considero que el abogado, el buen abogado, el respetuoso con sus clientes, su Despacho, sus vacaciones y su familia;
Tiene que saber racionalizar y valorar cuál es la necesidad real de su intervención.
Tiene que ser capaz de mantener el equilibrio entre vida y trabajo.
Tiene que tener la suficiente sensibilidad para entender que su cliente, el Despacho o un compañero puede también necesitarle.
Alguien me dijo en una ocasión que para ser buen abogado, había que saber comer, saber beber y tener sentido común, y yo a esas palabras les digo,
Amén.
De vuelta al despacho, reabriendo el año judicial, y volviendo a coger ritmo, mientras pongo las últimas líneas en este artículo que pretendía fuese entretenido y ha salido sesudo y reflexivo, no quiero sino concluir diciendo que en esta aventura propuesta, espero saber compartir el comer y el beber.
Al menos con esta hoja en blanco.
Y tratar de poner sentido común, al tiempo que siempre me mantendré en mi tozudez, tratando de huir de generalidades, de consejos de laboratorio y artículos de autoayuda.
Que parecen olvidar que, en ocasiones hay que estar tres horas en la orilla del mar hablando con un cliente, porque en ese momento el cliente, que ha depositado tu confianza en ti, te necesita.
Feliz regreso a los Juzgados y Tribunales.